COLUMBUS (Madrid): ¡hagan juego!
Que los estrellados apuestan cada vez más por bistrós y propuestas más sencillas y baratas no es ninguna novedad. Se necesitan conceptos más asequibles para el público general para poder sustentar los elevadísimos costes del menú degustación y de todo el marco en el que se suele encajar así que desde hace unos años, cocineros de la talla de Jordi Cruz (Ten’s), David Muñoz (Street XO), Ricard Camarena (Canalla Bistró) o Dani García (BiBo) han hecho proliferar segundas marcas con cocinas más sencillas, precios permisivos y, por regla general, buenas calidades.
Este es el caso de Columbus, la nueva atracción de los hermanos Sandoval, que llega a la capital para satisfacer la oferta gastronómica del nuevo casino de la plaza de Colón. Se dice que Madrid les debía una pero, quizá por mi niñez, desconozco los motivos, lo que está claro es que si así era el caso, con este emplazamiento la deuda está más que saldada. Bonita decoración aunque, quizá, un poco fría y con un ruido excesivo por estar presenciando el juego de la sala desde las alturas, Columbus ofrece una bastante extensa carta que se complementa con cuatro menús cerrados y bastante cortos que van desde los 40 hasta los 60€.
Una vez elegido el que lleva cochinillo, por eso de ser el plato estrella de la casa, observamos a los cocineros deambular por la cocina concentradísimos gracias a una amplia cristalera que demuestra su honestidad gastronómica; un punto a favor. El trato, además, es fantástico, propio de un restaurante de primera y la carta de vinos es extensísima.
A modo de aperitivo sirven una correcta espuma de remolacha con cebolla crujiente, con ricos panes, que es el preludio de un menú que empieza con un suavísimo ajoblanco con cerezas.
Tras él, menos nos sorprende el ceviche de zamburiñas con mango y aguacate, estos dos bastante verdes y, aunque los moluscos de gran calidad, el conjunto en sí falto de sabor, quizá incluso de sal.
Buenísima de nuevo la ensaladilla de bogavante, con el crustáceo en su punto de cocción perfecto que acompaña a una ensalada bien aliñada con una mayonesa cremosa y suave.
El éxito de la cena fue la cococha de atún glaseada con tomate de árbol y fruta de la pasión, gran calidad de la materia prima que se junta con un ungüento sabrosísimo que la recubre y una especie de mermelada de tomate en su punto justo. Fantástica.
Y el clásico cochinillo, con una piel crujientísima por fuera que da paso a un interior meloso tampoco sorprende tanto después del manjar túnido, pero está correcto.
Mi acompañante sustituyó el cochinillo por la ensalada de vieiras, de gran tamaño y cocción perfecta.
Flojo el postre, una copa desaliñada de piña colada en texturas que, no me entiendan mal, estaba rica, pero no a la altura del resto del menú.
Tras todo esto, un té blanco para bajar la comida y un check-in con la señorita que espera a la salida, ya sólo queda una cosa:
… hacer juego. ¡Tengan suerte!
Muy buena crónica y las fotos invitan a comer todo todo el plato jeje.
Sin duda habrá que probarlo